[Reseña] Roma, de Manuel Vilas

Desde fines de 2019 hasta comienzos de marzo de 2020, el escritor Manuel Vilas estuvo en Roma. Lo que vivió y sintió por esos días se condensó en Roma, un poemario editado por la prestigiosa editorial Visor, que destaca la belleza de dicha ciudad, la imperfección de la vida, la soledad ajena y propia, y la belleza en la edad madura.

De Roma sobresalen su abundancia y sus miserias: iglesias que se regalan a la vista del observador, mendigos castigados por el sol, el adictivo espresso doppio, dulces cuyos sabores detienen el instante, las interminables esperas en las paradas de autobús, los diálogos imaginarios de Vilas con entidades ultraterrenas, las cúpulas majestuosas: «Si la vida eterna, la gloria y el cielo fueran / lo que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina / el mundo sería arte y belleza y no vida y comedia» (Vilas, 2020, p. 57).

Manuel Vilas. Fuente: 20minutos.es

Roma, como casi todas las cosas que hay en ella, es un obsequio para los sentidos, respecto de lo ya visto y vivido. La verità, de Bernini, por ejemplo, le causan tal enajenamiento, que cree ver en ella el cuerpo de su mujer: «Me gustaría acariciarla, / besarla, / darle mi mano / darle mi pensamiento, / mi labio, mi cintura, mi cuello, / mi fidelidad y mi riqueza, / mis días serenos, altos, buenos. / Pedir su mano en matrimonio» (Vilas, 2020, p. 59).

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[Poema] «Lo llaman coronavirus (…) porque el mundo se quedó sin poesía»

El último poemario de Manuel Vilas.

Este poema fue escrito hace exactamente dos años. El mismo día que se reportó el primer caso de coronavirus en Latinoamérica:

«26 DE FEBRERO, AÑO 20

Llegan noticias de que la peste crece.

China, Corea, Italia, Francia, España.

Y yo en tu regazo maternal, Roma.

Lo llaman coronavirus, es un nombre

técnico, porque el mundo se quedó sin poesía.

Es el mal que viene del corazón de la tierra,

pero a mí me quedan muchas iglesias por ver.

Cada vez que entro en uno de tu templos

mi corazón vuelve a latir como el de un adolescente.

Debería haberme muerto ya, me digo.

Y tú me ofreces una nueva iglesia.

Esas iglesias tuyas son besos que me lanzas.

para tenerme entretenido con la vida.

Son puertas a ningún sitio.

Son tus mentiras dulces y locas» (Vilas, 2020, p. 146).

Referencias:

Vilas, Manuel, 2020: Roma. Madrid: Visor.

[Semblanzas] La amistad, el regalo de la literatura. Una semblanza de Fernando Marías

Fernando Marías. Fuente: hoyesarte.com

Fernando Marías (2015) escribió en alguna oportunidad que «Concretar en un puñado de líneas lo que sabemos de las personas que amamos es un interesante ejercicio de escritura, pero también, y ante todo, un involuntario autorretrato» (p. 17). Cuánta verdad. La vida de los otros es, al fin y al cabo, cuando se interseca con la propia, la nuestra también.

Lo anterior tiene un especial significado, pues el pasado 6 de febrero, el poeta y escritor Manuel Vilas escribió una sentida semblanza, en El País, de su amigo Fernando Marías, quien falleció un día antes.

La existencia de Marías lo atravesó por completo, lo transformó para bien. Pero su partida reciente lo mutiló por dentro. Sí. La muerte de nuestros seres queridos mutila nuestra alma. Y solo puede consolarnos la esperanza de un ulterior reencuentro.

Reproduzco a continuación esa semblanza:

«Fernando Marías, el escritor que amaba la leyenda

Fernando Marías, que murió el sábado a los 63 años, pensaba que la vida era un regalo de los dioses. Alimentó ese regalo con un amor profundo al cine, a la música y a la literatura. Fernando amaba la leyenda, porque sin leyendas, sin mitos y sin ideales la vida es pobre. Y Fernando era un rey de sí mismo, un hombre enamorado del oficio de vivir. La última vez que nos vimos fue a finales de octubre del año pasado, desayunando juntos en la planta 22 de un hotel de Las Palmas de Gran Canaria, frente a la inmensidad del océano.

Daba el sol sobre nuestros cafés y nuestros zumos de naranja que resplandecían y Fernando sonreía. Tenía el don de transmitir alegría, de darle a la vida ordinaria un suspense extraordinario. Muchas cenas y comidas con Fernando, claro que sí. Hicimos tantas cosas juntos. Era un corazón de oro. Y para colmo los dos servíamos en la milicia de amantes de la música de Lou Reed, eso ya nos unió para siempre. Estábamos casados no por la iglesia ni por lo civil sino por Lou Reed, es mucho matrimonio ese.

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