
En Voyager, la escritora Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) cuenta que su madre, de 79 años de edad, ha sufrido un episodio de epilepsia que le ha hecho perder súbitamente la consciencia. Por esta razón, Nona la lleva al hospital; allí le practican un examen mediante el cual, en una pantalla de un equipo médico, su actividad cerebral se verá reflejada bajo la forma de destellos de luz, haces luminosos que se asemejan a un firmamento. Justamente, el recuerdo que su mamá trajo al presente en ese momento fue el nacimiento de Nona. A partir de entonces, la escritora tejerá una serie de vínculos entre recuerdos y constelaciones, que será alternado con su historia familiar, mitología griega, astrología y otras conexiones impredecibles como la de la reciente vida política chilena y el filósofo Giordano Bruno.
Una de esas relaciones que establece la autora es entre una estrella, distante a años luz, y el recuerdo puntual que se ve reflejado en la pantalla de un equipo médico. Ambas, imágenes luminosas solo reproducen hechos pretéritos: la estrella, por su monstruosa lejanía, solo devuelve un resplandor remoto que puede tardar décadas e incluso centurias en llegar hacia nosotros, debido al límite impuesto por la velocidad de la luz; mientras que un recuerdo solo puede ser entendido en pasado, por su proyección en el presente.
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