Así es la vida cuando comienza

papá, un año de edad

Hace unos días, cuando tenía programado publicar un texto sobre papá, así de repente como suele suceder, mi tío H. me mandó, sin que se lo pidiese, una foto donde aparece la tía J. y mi papá, quien no debe tener más de un año de edad. Mientras se lleva algo a la boca, la tía J. le dirige una mirada atenta y protectora. Ese bebé que aún no es mi papá y es otra persona, todavía no tiene conciencia de que morirá dentro de sesenta años, lejos de Cajamarca, lejos de esa ciudad añosa, con sus tejados dispuestos para resistir la lluvia, sus pisos altos y balcones estrechos. A un extremo de la imagen, un niño estibador con carretilla en manos y distraído de sus labores, mira con curiosidad a ambos.

Así es la vida cuando comienza, siempre quiere acaparar la atención de los demás.

Aunque sea con un apunte de un celular

 

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Cada vez que encuentro anotaciones, escritos o cualquier otro documento donde aparezca la letra inconfundible de mi papá, lo guardo con afecto. Es un bien no renovable en vías de agotamiento. No habrá nadie más que escriba como él, con sus letras mayúsculas y triangulares para casi todo (sobre todo sus “A”). En vida nunca conocí su letra minúscula. Cualquier ejemplar que se deseche, incluso un insignificante y apurado apunte de un teléfono fijo o celular, sería una pérdida irreparable que sufriría mi mundo. Un atentado de lesa humanidad. Porque su huella física, la prueba de que alguna vez existió, se desvanece con los años. Y porque al perderse, lo pierdo también a él.  Es por su permanencia constante por lo que lucho, aunque sea con un insignificante apunte de un celular.

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