«[…] yo sostengo que el libro es un objeto al que hay que poseer. Tiene que haber una relación vital, amorosa con él. Por eso, yo también los subrayo, los araño, les hago notas marginales. Uno tiene que vivir con sus libros, irse a la cama con ellos, dejarlos marcados». Julio Ramón Ribeyro
Acabo de ver un video acerca de lo que sería el fin del universo, la muerte térmica, agujeros negros por doquier, el día en que se agoten todas las fuentes de energía. Y yo, hace unos minutos, leía sobre la importancia de la eliminación del doble grado de jurisdicción. Se me quitaron las ganas en un tris. ¡Qué irrelevante que es la vida!
Un señor de aspecto muy humilde y con unos cincuenta años a cuestas, viene dos veces por semana a la tienda para imprimir las tareas y lecciones que los profesores le dejan, supongo, a su hijo o hija, que pertenece al cuarto grado de primaria, sección B, de un colegio cuyo nombre desconozco. Él me reenvía por guasap los textos e imágenes que, previamente, le han remitido los docentes. Luego pasa a recoger las impresiones, ataviado con mascarilla y protector facial.
En los textos siempre hay mensajes religiosos, de aliento ante la adversidad y un recordatorio de la importancia de mantener la distancia social. Y concluyen, invariablemente, con una bendición para la familia.
Pero esos mismos textos contienen, sin excepción, sendos errores ortográficos. Así que mi modesta contribución para ese alguien que no conozco y que está en proceso de aprendizaje, es leerlos y editarlos. Aunque no haya un pago adicional. Porque en su lugar me habría gustado que alguien hiciera eso por mí. Y sobre todo porque guardo una silenciosa admiración por ese papá que dentro de sus evidentes limitaciones elige educar a su hijo.
«Los hijos son una bendición misteriosa. Te inyectan vida, te usurpan vida»[1], dice Renato Cisneros. ¡Cuánta verdad hay en ambas frases!
Referencias bibliográficas:
CISNEROS, Renato, 2019: Algún día te mostraré el desierto. Lima: Alfaguara.
Qué difícil es abarcar tanto en tan poco espacio. Quienes adaptan una novela para un largometraje siempre reciben críticas relacionadas a la omisión de pasajes, personajes o detalles específicos, proveniente de lectores atentos y diligentes que saben detectarlos al instante. Pero si se trata de condensar toda una vida intensa como la de Vargas Llosa en una historieta, la labor se complica hasta extremos difíciles de concebir. Y todo corte necesariamente será arbitrario. Pero ante esto queda una alternativa: el tratamiento cinematográfico de la historia.
De esta manera nace la historieta Mario. El universo Vargas Llosa (2019), con el guion a cargo de Carlos Enrique Freyre. Esta se divide en cuatro capítulos (origen, formación, expansión y consagración), y sintetiza los aspectos fundamentales de la existencia y el origen del proceso creativo del Nobel, acompañados de ilustraciones bien logradas. Y nótese que no es casualidad que los trabajos de Freyre también hayan abarcado guiones para películas: Vidas paralelas (2009) y Gloria del pacífico (2014).
Su niñez en Cochabamba, el viaje a Piura, el schock que le significó conocer a ese señor que era su padre, sus vivencias en el Leoncio Prado, los inicios como periodista en La Crónica y La industria, el periodo en la UNMSM, la militancia socialista, el amorío con su tía Julia Urquidi, el viaje a la selva peruana y a Europa, su desencanto con las revoluciones, la consolidación de su carrera como escritor, su postura ante el anuncio de estatización de la banca, su campaña presidencial y la obtención del Nobel. En todas ellas, las transiciones en el desarrollo de la trama se sienten ágiles y naturales, con un acertado empleo de la analepsis y prolepsis, en imágenes.
Maria acorda. Ela se levanta com dificuldade e põe os chinelos. Caminha devagar. Curvada. Enxergando o chão. Quando era moça, ela era forte como um touro e gata. Ainda mantém a severidade no seu rosto. Chega até o sofá e se senta. Seu filho saiu de casa faz uma hora para o trabalho. Tomou café da manhã com ela. Agora ela não tem com quem falar. Mais, não importa. Aprendeu a falar com a televisão.
No primeiro andar, acima, seu neto briga com seus filhos pequenos. Quando escuta os gritos, ela se sente contente. Imagina-se acompanhada mesmo que não seja assim. Ela não pode ter boca de siri, mesmo se quiser. Esquece tudo o que acontece. E repete tudo, todos os dias, dezessete ou vinte vezes, como uma máquina. Recebe uma chamada telefônica para lembrá-la de tomar os medicamentos, com o almoço, tentando deter o esquecimento. Para evitar uma intoxicação, lhe deixam uma só pastilha.
Sua filha Beatriz é a ovelha negra da família. Não a visita. A outra filha fez questão dela não sair de casa. O toque de recolher a deixou isolada. O dia termina. Seu filho retorna a casa. Tudo se repete. E assim será amanhã, e depois também. Ela representa a rotina na vida.