[Reseña] Sobre el duelo, de Chimamanda Ngozi Adichie

«He llorado pérdidas en el pasado, pero solo ahora he tocado el corazón de la pena»[1], se lamenta la escritora nigeriana Chimamanda Adichie (Enugu, 1977) tras la repentina muerte de su padre, James Nwoye Adichie, un 10 de junio de 2020, en los inicios de la pandemia. Chimamanda, quien vive en Estados Unidos, se encuentra impedida de viajar a Abba, Nigeria, para despedir a su padre de 88 años; debido a que los aeropuertos están cerrados hasta nuevo aviso. La –por entonces– incertidumbre mundial y suspensión de vuelos generalizada se suma, así, a su dolor, al igual que otras desgracias que se resisten a venir por separado.

Sobre el duelo (Notes on grief), inicialmente publicado en The New Yorker[2], es un descarnado ensayo que explora la vulnerabilidad por la pérdida del padre, los días que sucedieron a esa ausencia que Chimamanda se niega a aceptar (incluso en sueños), el paliativo de los somníferos, el enfrentamiento con los objetos personales paternos, la búsqueda de un sentido en medio de toda esa confusión. El ensayo también es un acto de amor y gratitud hacia la figura paterna, aquella que le transmitiera esa seguridad que ahora posee esta reconocida feminista.

Chimamanda Ngozi Adichie posa para una foto en Columbia, Maryland. Estados Unidos (Oliver Contreras/El Pais)

Si las sensaciones se miden por grados, el sufrimiento que experimenta la autora de Medio sol amarillo –impensado hasta ese momento– es uno nuevo en su escala personal. Un dolor macizo e insondable, de esos que provocan un hundimiento. «Está claro que vivir consiste en hundirse poco a poco»[3], escribiría F. Scott Fitzgerald en una época de desolación personal, cuando su fama estaba en franco descenso y el alcoholismo lo consumía. Para combatir ese hundimiento, Chimamanda Adichie evita pensar mucho y prefiere la soledad. Así sobrevive al dolor.

En una de sus reflexiones sobre la naturaleza y los límites de su duelo, Chimamanda escribe lo siguiente:

«La pena es un tipo de enseñanza cruel. Aprendes lo poco amable que puede ser el duelo, lo lleno de rabia que puede estar. Aprendes lo insustancial que puede resultarte el pésame. Aprendes lo mucho que tiene que ver la pena con el lenguaje, con la incapacidad del lenguaje y con la necesidad de lenguaje. ¿Por qué noto los costados tan cansados y adoloridos? De llorar, me dicen. No sabía que llorásemos con los músculos. El dolor no me sorprende, pero sí su componente físico: un amargor en la lengua, como si hubiera comido algo que aborrezco y no me hubiera cepillado los dientes; un peso horrible, enorme, en el pecho; y dentro de cuerpo, una sensación de disolución eterna. El corazón –el físico, no hablo en sentido figurado– se me escapa, se ha convertido en un ente aparte, late demasiado rápido, a un ritmo ajeno al mío. No es sufrimiento meramente del alma sino también del cuerpo, de dolores y falta de fuerzas. Carne, músculos, órganos, todo está afectado. Ninguna postura me resulta cómoda. Durante semanas tengo el estómago revuelto, tenso y encogido por la aprensión, la certeza constante de que alguien más morirá, de que vendrán más pérdidas. Una mañana, Okey me telefonea más temprano de lo habitual y pienso: «Dímelo, dímelo ya, ¿quién se ha muerto esta vez? ¿Ha sido mamá?»[4].

En sus horas más tristes, Chimamanda siente aversión a recibir los pésames. Descubre su «encubierta» insustancialidad. Entiende las buenas intenciones de quienes se la brindan, pero aquel mecánico rito no le ayuda a aplacar un ápice su eterno desconsuelo. Desearía expulsar a los extraños de la casa paterna, allá en Abba, porque la sola presencia de estas es como si confirmara la muerte del patriarca de la familia.

James Nwoye Adichie y Chimamanda Adichie. Fuente: bellanaija.com

Además, afloran en ella otros inusitados sentimientos: una insospechada envidia hacia aquellas personas que superan la edad en la que murió su padre, y rabia respecto de otras que siguen con su rutina normal:

«Me recorren aguijonazos de resentimiento al pensar en personas que tienen más de ochenta y ocho años, que son mayores que mi padre y que están vivas y sanas. Mi rabia me asusta, mi miedo me asusta, y en algún lugar también siento vergüenza: ¿por qué siento tanta rabia y tanto miedo? Me da miedo acostarme y despertarme; me da miedo el día de mañana y todos los que le seguirán. Me embarga un pasmo lleno de incredulidad porque el cartero sigue viniendo como siempre y la gente me invita a hablar en sitios y en la pantalla del móvil continúan apareciendo noticias. ¿Cómo es que la gente sigue adelante, respirando inmutable, mientras mi alma sufre una dispersión permanente?»[5].

Como en muchos casos similares, el sentimiento de culpa invade a su familia. Ella siente que siempre quedará esa posibilidad de haber hecho las cosas mejor respecto a la salud del padre. Modificar esto o lo otro. Algo que pudiese haber alterado el triste desenlace. Por ironías de la vida, al día siguiente de su muerte causada por complicaciones renales, el padre tenía programada una cita con el nefrólogo.

Un dato muy particular de la cultura igbo, a la cual pertenece la familia, es que se exigen pagos de acuerdo al grado de edad que tuvo James Nwoye Adichie. De no proceder así, estas personas podrían boicotear el funeral y, de acuerdo a las tradiciones, esto provoca un miedo existencial. De igual manera, la tradición demanda que la viuda se afeite la cabeza. Ante esto último, los hijos e hijas se oponen. Se respiran otros tiempos. Sin embargo, la madre decide respetar las costumbres, por James (dicho sea de paso, aquellas mismas tradiciones que no ofrecen un trato igualitario entre hombre y mujer).

El padecimiento de Chimamanda consterna hasta el punto de que provoca ir a su encuentro y abrazarla; empatizar, en el sentido estricto del término. Dentro de todo el maremágnum de tristezas, la autora encuentra los espacios para expresar el afecto por su padre, que, desde ya, es una celebración del amor, del tipo más puro e incondicionado del que somos capaces de profesar por alguien: progenitores e hijos.

En El hundimiento, de Manuel Vilas, se explora, entre otras cosas, el sufrimiento causado por la muerte de la madre.

Ficha técnica:

Título original: Notes on grief

Autor: Chimamanda Ngozi Adichie

Idioma original: inglés

Editorial: Penguin Random House

Valoración: 10 de 10

Referencias bibliográficas:

Adichie, C. N. (2021). Sobre el duelo. Barcelona: Random Penguin House.

Fitzgerald, F. S. (2013). El hundimiento. Madrid: Funambulista.

Vilas, M. (2015). El hundimiento. Madrid: Visor.


[1] Adichie, 2021, p. 23.

[2] El ensayo en inglés se puede encontrar en el siguiente link: https://www.newyorker.com/culture/personal-history/notes-on-grief

[3] Fitzgerald, 2013, p. 11. Un hundimiento similar sufrió el poeta Manuel Vilas tras la muerte de su madre. En el poema «974310439», dedicado especialmente a ella, nos transmite la profundidad de su pesar, que bien conviene citar: «Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo. / Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí. / Lo mal que la traté y lo mal que nos tratamos, / aun queriéndonos tanto; y lo poco que supiste de mi vida / en los últimos tiempos, ocultándote lo mal que me iba / en mi matrimonio y en todas partes /y tú sabiéndolo, porque, al fin, todo lo sabías, / me veías beber esos licores fuertes, / me veías esa sed tan rara, esa sed tan desconocida para ti, / que tanto te asustaba y tanto temías. / Ya nadie me llamará, tan obsesivamente, para saber / si estoy vivo y a quien le importará si estoy vivo o muerto; / yo te lo diré: a nadie. / De modo que el gran secreto era éste: / ya estoy completamente desamparado, / arrodillado / para la decapitación, / para el anhelado adiós de este cuerpo, / de esta existencia meramente social y vecinal que lleva mi / nombre, / nuestro nombre. / No volveré a ver nunca / tu número del teléfono en la pantalla / de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías / uno, / de que yo no te regalara uno, / te juro que no hubieras sabido hacerlo funcionar, / lo habrías tirado por la ventana, / como yo haré con el mío esta noche del supremo delirio. (…)» Vilas, 2015, pp. 88-89.

[4] Adichie, 2021, pp. 14-15.

[5] Adichie, 2021, p. 21.

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