[Reseña] El túnel, de Ernesto Sábato

«[E]n todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida»[1]. Este «túnel» que nos presenta Sábato es un cubículo imaginario que simboliza la –insuperable– superficialidad del conocimiento del otro como consecuencia de una engañosa cercanía física, la lúgubre expresión de cuán incomprendidos y aislados podemos sentirnos respecto a los demás.

Desde el inicio, esta novela psicológica nos anticipa lo que encontraremos a lo largo de sus páginas: el conjunto de sucesos que motivaron a que el reconocido pintor Juan Pablo Castel asesine a la depresiva María Iribarne, justamente la única persona que lo comprendía. Y no solo ello, también nos informa de su marcada aversión al género humano y su personalidad trastornada:

[…] hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva. Esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que llamo una buena acción.[2]

Pero no conviene adelantarse. En primer lugar, todo comienza en una exposición de arte en el Salón de la Primavera, en Buenos Aires. El cuadro de Castel tenía la imagen de una mujer en primer plano y en la esquina superior izquierda, una ventana donde se podía apreciar a una mujer mirando el mar en medio de la playa, en ademán de esperar algo. Solo ese pedazo poseía verdadero significado para él, sin embargo los asistentes reparaban en cualquier detalle del cuadro, menos en ese. Hasta que llegó una jovencita (María) y depositó su mirada en aquella esquina, durante buen tiempo. Extrañado, la ansiedad lo invadió. Dudó entre acercarse o no (¡qué dilema!). Lamentablemente no le dio tiempo para decidirse. Ya se había marchado, perdiéndose entre el público.

Ernesto Sábato. Fuente: biografiasyvidas.com

Castel pensó en ella todo el tiempo y en cómo hacer para encontrarla. Comenzó a frecuentar posibles lugares como las exposiciones de arte; también se puso a ensayar diálogos consigo mismo ante el hipotético caso de que se encontrara con ella. Su obsesión lo llevó, incluso, a recrear encuentros imaginarios, y cuando tropezaba en estas conversaciones, se llenaba de rabia durante varios días hasta que reparaba en la irrealidad del suceso, ya más aliviado, para volverlo a intentar. Trató de buscar amigos en común sin mayor éxito. Ya para entonces se había resignado a un triste y fortuito encuentro en la calle. Y ello tuvo lugar meses después. Ella le confiesa que no pudo dejar de pensar constantemente en su cuadro. Y con los días se llegan a enamorar. Pero los celos enfermizos serán los que desgastarán la relación y también los que, posteriormente, lo harán concluir, empleando elucubraciones retorcidas, acerca de la existencia de la infidelidad de parte de María. De esta manera, decide matarla, por el hecho de haberlo dejado solo, en su túnel.

Sábato emplea al máximo la personalidad enfermiza, trastornada y celotípica de Juan Pablo. Desde su primer encuentro con María, el protagonista aspira a que ella sea solo para él, aun cuando luego se entera de que es casada. Castel cumple bien el papel de ser un Sherlock Holmes deformado, al emplear deducciones y demás razonamientos, aunque sin la genialidad y precisión de este último: analiza cada respuesta, gesto y silencio no solo de María sino también de las personas de su entorno, para así encontrar sus propias respuestas. Su juicio totalmente sesgado lo lleva por caminos equivocados, distorsiona hechos, ve cosas donde no las hay y cuando se da cuenta de su error, corre tras los brazos de María, de rodillas, a implorarle perdón.

Gran parte de la novela se desarrolla en la mente del protagonista Castel, como sucediera en su momento con el personaje Vitangelo Moscarda en Uno, nessuno ecentomilla, del italiano Luigi Pirandello (quien se vio influenciado por el psicoanálisis). El plano de lo abstracto y lo psicológico cobran un alcance y magnitud que incluso desplaza en importancia al plano de lo real.

Pese a que esta novela fue publicada en 1948, tiene plena vigencia ya que refleja la agitada vida en las metrópolis. Vivimos cerca y, al mismo tiempo, podemos ser unos completos desconocidos. El individualismo, las redes sociales, el consumismo, la apatía y la desconfianza ayudan a construir esos túneles artificiales que impiden una verdadera aproximación y conexión con el otro.

El túnel es de esos libros que golpean con la palabra tal como se haría con un arma[3]. E inevitablemente se sale herido, conmocionado. Esta es una excelente oportunidad para adentrarse en la psicología retorcida y celotípica de Castel (con evidentes rasgos psicopáticos), y sentir en carne propia sus desvaríos y alucinaciones.

Referencias bibliográficas:

DE MAUPASSANT, Guy, 2009: Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert. Cáceres: Periférica.

SÁBATO, Ernesto, 2017: El túnel. Lima: Booket.


[1] (Sábato, 2017, p. 137).

[2] (Sábato, 2017, p. 8).

[3] Esta idea ha sido recogida por Guy de Maupassant al rememorar algunos recuerdos de Flaubert, algunos años después de su muerte: «En el verso –decía– el poeta tiene reglas fijas. Cuenta con la medida, la cesura, la rima y muchas otras prácticas ayudas, toda una ciencia del oficio. En la prosa, hace falta un sentimiento profundo del ritmo, ritmo huidizo, sin reglas, sin certezas, se necesitan cualidades innatas, y también fuerza de razonamiento, un sentido artístico infinitamente más sutil, más agudo, para cambiar en cualquier instante, el movimiento, el color, el sonido del estilo, según las cosas que se quieran decir. Cuando se sabe manejar esa cosa fluida que es la prosa francesa, cuando se conoce el valor exacto de las palabras, y cuando se sabe modificar ese valor según el lugar que se le dé, cuando se sabe atraer todo el interés de una página hacia una línea, resaltar una ideas entre otras cien, únicamente por la elección y la posición de los términos que la expresa; cuando se sabe golpear con una palabra, con una sola palabra, colocada de cierta manera, como se golpearía con un arma; cuando se sabe conmover un alma, colmarla bruscamente de alegría o de miedo, de entusiasmo, de pena o de rabia, sólo con colocar un adjetivo ante los ojos del lector, se es verdaderamente un artista, el mayor de los artistas, un auténtico prosista» (De Maupassant, 2009, p. 96). Aunque debido a la extensión de la cita, genera serias dudas acerca de la fidelidad de lo dicho por el autor de Madame Bovary.

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