[Reseña] La Carne, de Rosa Montero

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“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”. Con esta primera frase inicia La Carne (2016), quizás adelantando al lector lo difícil que puede ser para las personas ya no poder llevar a cabo determinados proyectos ante el implacable paso del tiempo: el no poder tener hijos, el no poder sentirse amado, el no poder escribir más, etc. Aunque “el no escribir más” no debería encontrarse en la lista si es que tomamos en cuenta el caso del escritor tardío Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de Il Gattopardo (1958), muerto a la edad de sesenta años, un año antes de que se publicara su primera y única novela.

Soledad se encuentra próxima a cumplir la misma edad que Di Lampedusa, y aunque tiene un relativo éxito en la vida, las cosas no le salen como ella realmente quiere. Pero debe darse prisa pues se encuentra en la “edad de los perros: siete años por cada año humano” (p. 30).

La protagonista, quien hace honor a su nombre, está en la búsqueda de un gigoló por una sencilla razón: su amante Mario, de cuarenta años, decidió terminar la relación pese a que esta última sabía que tenía una esposa, de nombre Daniela; lo que ella no sabe es que la verdadera razón del rompimiento es porque Mario va a tener un hijo. Soledad no tiene descendencia y tampoco podrá tenerla. Cuando en un momento de debilidad comienza a pensar en Mario, ella le envía un mensaje proponiéndole ir al teatro a ver Tristán e Isolda, entradas que tenía hace mucho. Pero él le responde que también va a asistir a ver la función. Definitivamente iría con Daniela. Le dolió tanto a Soledad que él se metiera con aquello que solo pertenecía a ambos: la música. En estado de conmoción decide asistir al teatro con un amigo lo suficientemente guapo para darle celos, pero ante la escasez de conocidos con tales características, decide contratar a un gigoló. Su nombre es Adam, tiene 32 años, un metro 91 cm, ojos color miel, cuerpo atlético. Es más guapo que Mario. Él sería su acompañante. Aunque sin saberlo, sus destinos se verán entrelazados a través de la piel, la carne, esa sed que solo puede ser saciada de una sola manera.

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La escritora Rosa Montero. Fuente: rosamontero.es

A lo largo del libro, la autora añade datos de personajes notables que enriquecen exponencialmente el contenido de la novela, expuestos de modo casual, no se sienten artificiales o colocados de modo forzado. Así desfilan Ulrico Von Liechtenstein, Philip K. Dick, Guy de Maupassant, Thomas Mann, María Carolina Geel, entre otros. Todos ellos comparten el hecho de haber tenido historias trágicas, extravagantes, difíciles.

En nuestro medio, quien podría tener quizás una prosa parecida a la autora –por la crudeza y la sinceridad– sería Gabriela Wiener, quien no tiene miramientos a la hora de describirse tal cual, maximizando sus defectos físicos, explotando sus desperfectos, viendo donde nadie más percibe.

Más que una novela de amor, es un ejercicio de autoanálisis psicológico bastante pesimista para quienes suman años a su vida y se acercan a los brazos de la parca. Aquello puede resumirse en: “La vida es una aventura que siempre acaba mal porque termina con la muerte” (p. 116) o “[d]espués de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida” (p. 188), frase de Benedetti, citada en la obra. Abundan las expresiones inteligentes, pletóricas de realismo y escritas con mucho, mucho dolor. Una escritora que merece ser leída detenidamente, sin prisas, por el puro placer de leer, inmune al propio tiempo.

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