[Reseña] Crónica de San Gabriel, de Julio R. Ribeyro

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Por lo general la temperatura más baja que puede registrar Lima en temporada de invierno es de aproximadamente 15°C. Imaginemos por un momento que esta descendiera a -31°C. Cuando Ribeyro contaba con apenas 26 años y recién había llegado a Munich, la temperatura era así de baja que prácticamente lo obligó a no salir del cuarto que alquilaba, en un barrio de las afueras de la ciudad. Confinado y recluido, Ribeyro entró en un estado depresivo que solo pudo remediar mediante la imaginación. Es en esas circunstancias donde recuerda un viaje que tuvo cuando tenía catorce o quince años a una hacienda andina y entra en un “segundo estado” de consciencia donde lo imaginado era su realidad, y la realidad lo imaginado. Tres meses después, el hielo se retiraba y en su tomaba su lugar el verdor de los árboles. La novela Crónica de San Gabriel estaba casi terminada. Y con esta ganó el Premio Nacional de Novela de 1960.

Lucho -el alter ego de Ribeyro- es un adolescente que acaba de terminar el colegio y se cree con el derecho conquistado a permanecer ocioso. Vive con el tío Felipe y tía Herminia en Trujillo, luego de la muerte de su padre. Son ellos quienes deciden el viaje de Lucho a la próspera hacienda San Gabriel. Sin embargo no iría solo, pues es acompañado por su tío Felipe, quien ignora la admiración que siente su sobrino por él: su tenacidad, resolución, fuerza que amedrenta hombres y subyuga a las mujeres. No obstante, como todos, Felipe no es perfecto y tiene dos grandes debilidades, el alcohol y las mujeres: para él no existe mujer honrada sino mal seducida-.

A la mitad de una cuesta muy cerca de San Gabriel, son recibidos por los hijos de Leonardo, el dueño de la hacienda. Leticia, quien también les da la bienvenida, es confundida por un mozo por llevar indumentarias masculinas. Fue el primer contacto de Lucho con Leticia, una relación tirante que tendrá lugar a lo largo de toda la novela.

Otro personaje de importancia es Jacinto, el hermano del dueño de la hacienda -quien personifica la inocencia y el sentido común-. Jacinto, a quien tratan de loco, advierte a Lucho la peligrosidad de San Gabriel describiéndola como una selva, donde el pez más grande se come al chico y los débiles no tienen derecho a vivir. Aunque Lucho con el tiempo le toma cariño, siente también lástima por su condición. También descuella Leonardo, el dueño de la hacienda, quien se empeña en vivir en una opulencia moderada donde se desayuna y se almuerza bien -diariamente se matan una docena de gallinas, un carnero, cerdo o venado- y se empeña en administrar la hacienda y sus terrenos de cultivo de la mejor forma -no obstante a decir de él la agricultura es como una lotería que hasta el momento de la cosecha no se sabe si es que se forrará uno de plata o se irá uno al diablo-, aunque pese a los cuidados que tuvo le trajo su ruina. De otro lado, Leticia, una jovencita de maneras toscas, nada refinadas ni femeninas, autoritaria, indomable, engreída, ve en Lucho a un instrumento al servicio de sus juegos y deseos. De igual manera, encontramos a Tuset -un jovencito acaudalado, hijo de un alcalde- quien pretende a Leticia. Es cuestión de tiempo para que la rivalidad entre Lucho y Tuset se desate.

Y así vemos como el personaje principal de la novela toma sus decisiones más importantes dictadas por sus sentimientos más oscuros. Y también la forma como él está detrás de Leticia, agazapado, aguardando su momento, haciendo patente su “debilidad” -que es uno de los “centros” de Ribeyro- esa dependencia de alguien, esa búsqueda del amor que se le resiste. Es una novela que si bien es ambientada en la Sierra, no se siente como una novela del indigenismo pues esta no es su finalidad, sino una propia del realismo. Las descripciones del ambiente rural de la sierra están bien logradas y los personajes insertados en la historia están al servicio del protagonismo de Lucho.  Una gran historia que vale la pena ser leída.

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