[Reseña] Los abismos, de Pilar Quintana

Los abismos, ganadora del Premio Alfaguara 2021, coloca –una vez más– sobre la palestra internacional a la escritora colombiana Pilar Quintana (Cali, 1972). La historia se desarrolla en la ciudad de Cali, en ambientes tupidos de vegetación, teniendo como telón de fondo a ríos que surcan la localidad y montañas imponentes. A través de la enternecedora mirada de Claudia, una niña de 8 años, (re)descubriremos el mundo, sin ese equipaje de conocimientos previos y prejuicios y, en su lugar, usaremos el prisma de la dulzura e inocencia propias de la edad (aunque también el de la angustia y melancolía).

Claudia es una niña que vive en un dúplex, cuyo piso inferior se encuentra poblado por una densa vegetación a la que denomina «la selva». La niña no recibe atención por parte de su madre –también de nombre Claudia–, al punto de ser casi ignorada. Tiene estrictamente prohibido hablar con la empleada. La madre permanece gran parte del día recostada en la cama ojeando las revistas ¡Hola! y Vanidades, anhelando una vida que no posee, e interesándose por la muerte de las famosas y el cuidado de las plantas. No obstante, toda esa monotonía le produce algo muy similar a la depresión.

Por otro lado, Jorge, el padre, trabaja como administrador de supermercado casi todo el día, y es incapaz de mantener una comunicación fluida con su hija: adolece de silencios incurables. La tía Amelia, hermana de Jorge, es la única que se interesa en ella, aunque no la ve muy seguido. Todo este cúmulo de desatenciones hará que la hija se refugie en su muñeca Paulina.

Pilar Quintana. Fuente: infobae.com

Una muestra de esa inocencia y dulzura que impregnan el libro se encuentran en el siguiente fragmento:

«Llegó el momento. Nos levantamos en orden y pasamos en pares al altar. Pensé que al recibir la hostia y el vino, que eran el cuerpo y la sangre de Cristo, sentiría un cambio profundo. Que, libre de pecado y tomada por Él, quedaría ligera, lista para volar. Me concentré. Fue decepcionante. Lo único que ocurrió fue que la hostia se me pegó en el paladar y me pasé el camino de vuelta a la banca luchando para quitármela con la lengua, pero delante de mis compañeras, de María del Carmen, que tenía lágrimas en los ojos, fingí que había sido espectacular»[1]

Las relaciones familiares empeorarán aún más con la llegada de Gonzalo, el flamante esposo de Amelia. Gonzalo provocará una crisis de la cual la familia no se terminará de recuperar.

Mientras trascurren los días, el desinterés de la madre hacia su hija no cesará de aumentar. La madre arrastra consigo conflictos familiares internos que, sin saberlo, repercutirán en su maternidad. Ante ello, la niña aprenderá a exprimir al máximo esta situación a su favor: tocará los temas que más le atraen a la madre, los cuales se pueden contar con la mano; o conversará con ella cuando se encuentre algo ebria y más predispuesta a hablar («el whisky la ponía blanda[2]»).

La niña tendrá una transformación interna muy dolorosa. Sus certezas se vendrán abajo. Descubrirá, también, que dentro de su inofensivo padre habita un monstruo y que, a veces, escapa de su encierro y toma posesión de él: «Antes de la pelea de mis papás, de la pelea de mi mamá y mi tía, de que llegara Gonzalo a la familia, yo tenía certezas. Las mamás tenían hijos porque los deseaban. Mi tía Amelia vivía feliz en su miniapartamento con sus batolas. Mi abuelo era un hombre triste. Mi papá, el más bueno del mundo[3]» (cursivas agregadas). Logrará madurar, pero a un costo muy alto.

El río Cali es uno de los telones de fondo que acompañan la novela.

En «Un encuentro», de James Joyce –escrita también en un tono infantil–, se advierte que algo no anda bien cuando un desconocido, ya muy mayor, aborda al protagonista y a Mahony, dos niños que se habían ausentado de la escuela para vivir aventuras nuevas y que andaban deambulando por Dublín. La tensión que penetra al texto y las situaciones que describe, muy al estilo de un niño, nos alerta de un peligro inminente que se cierne sobre estos dos[4]. Al igual que Joyce, la autora consigue transportarnos con extraordinario realismo y lenguaje sencillo hacia un ambiente candoroso, que transmite situaciones y sensaciones sin decirlas explícitamente[5].

En varias partes de la novela, la autora hace referencia a espacios de gran altura: precipicios, departamentos ubicados en la parte superior de un edificio. «Abismos» en un sentido amplio, que producen en Claudia niña una mezcla de atracción y repulsión. Sin embargo, Pilar Quintana no parece referirse, fundamentalmente, a los abismos en un sentido físico, sino a uno más «inmaterial», que simboliza los miedos de Claudia, el espesor de lo desconocido, el sufrimiento propio y ajeno, tan oscuro como la noche.

La construcción del punto de vista narrativo de la protagonista quedó redondo. Este es su pilar. El ritmo narrativo se sostiene a lo largo de toda la novela. La Claudia niña se roba el corazón del lector. En ese sentido, sonreiremos por sus ocurrencias y sufriremos, a su lado, su crisis emocional. Recomendadísima.

«Un encuentro» es uno de los quince cuentos que compone Dublineses, de James Joyce.

Ficha técnica:

Título original: Los abismos

Autora: Pilar Quintana

Idioma original: español

Editorial: Alfaguara

Valoración: 8.5 de 10.

Referencias bibliográficas:

Quintana, Pilar, 2021: Los abismos. Lima: Alfaguara.

Joyce, James, 2017: Dublineses. Agustín Prado y Moisés Sánchez (ed.). Lima: Academia Peruana de la Lengua – Cátedra Vallejo.

Berlin, Isaiah, 2019: Dos conceptos de libertad. El fin justifica los medios. Mi trayectoria intelectual. 2ª ed. 2ª reimpr. Ángel Rivero (ed.). Madrid: Alianza Editorial.


[1] Quintana, 2021, pp. 109-110.

[2] Quintana, 2021, p. 182.

[3] Quintana, 2021, pp. 85-86.

[4] Cfr. Joyce, 2017, pp. 35-44.

[5] Algo opuesto ocurre con Isaiah Berlin, quien, con solo 12 años, logra transmitir en su relato una acentuada madurez, producto de sus duras vivencias en Rusia: la muerte de Moise Solomonovich Uritsky, director de la Cheka de Petrogrado, en tiempos de la victoria bolchevique. Cfr. Berlin, 2019, pp. 143-151.

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