Un señor de aspecto muy humilde y con unos cincuenta años a cuestas, viene dos veces por semana a la tienda para imprimir las tareas y lecciones que los profesores le dejan, supongo, a su hijo o hija, que pertenece al cuarto grado de primaria, sección B, de un colegio cuyo nombre desconozco. Él me reenvía por guasap los textos e imágenes que, previamente, le han remitido los docentes. Luego pasa a recoger las impresiones, ataviado con mascarilla y protector facial.
En los textos siempre hay mensajes religiosos, de aliento ante la adversidad y un recordatorio de la importancia de mantener la distancia social. Y concluyen, invariablemente, con una bendición para la familia.
Pero esos mismos textos contienen, sin excepción, sendos errores ortográficos. Así que mi modesta contribución para ese alguien que no conozco y que está en proceso de aprendizaje, es leerlos y editarlos. Aunque no haya un pago adicional. Porque en su lugar me habría gustado que alguien hiciera eso por mí. Y sobre todo porque guardo una silenciosa admiración por ese papá que dentro de sus evidentes limitaciones elige educar a su hijo.
«Los hijos son una bendición misteriosa. Te inyectan vida, te usurpan vida»[1], dice Renato Cisneros. ¡Cuánta verdad hay en ambas frases!

Referencias bibliográficas:
CISNEROS, Renato, 2019: Algún día te mostraré el desierto. Lima: Alfaguara.
[1] (Cisneros, 2019, p. 63).