
El primer contacto que tuve con este libro fue en el año 1998, a través de la colección titulada «Gran Biblioteca Juvenil», que consistían, por lo general, en versiones resumidas o recortadas de obras maestras de la literatura, de no más de cien páginas, de tapa rústica color guinda, y distribuidas semanalmente junto con el diario La República. Recuerdo que el primer libro fue La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne, y el segundo, El Principito. Evidentemente, debido a las pocas páginas de la versión original, este último no sufrió reducción alguna. De inmediato me cautivaron sus imágenes (el dibujo incomprendido del elefante dentro de una serpiente, el astrónomo desacreditado por su vestimenta humilde, entre otros) que transmitían un mensaje profundo que no comprendí en su totalidad sino ya luego de varios años.
Con El Principito (The Little Prince, 1943, Reynal & Hitchcock), Antoine Jean-Baptiste Marie Roger de Saint-Exupéry dejó como legado una de las obras más hermosas jamás escritas que trata acerca de un aviador –recordemos que Antoine se desempeñó como piloto comercial y de reconocimiento– que, luego de sufrir un desperfecto en su motor, queda abandonado en el desierto del Sahara. Lamentablemente solo le queda provisiones para ocho días. A la mañana siguiente, para sorpresa suya, un hombrecito vestido de príncipe, en medio de la nada, lo despierta pidiéndole con insistencia que le dibuje un cordero. Luego de varios intentos que no satisficieron al pequeño ser, el piloto, impaciente, le dibuja una caja indicando que su cordero se encuentra dentro, lo cual es recibido con expectación. De esta manera se entabla una relación con este hombrecito, que le cuenta sobre su lugar de origen –el asteroide B 612–, la rosa que dejó al marcharse hace casi un año, los distintos planetas que visitó antes de llegar a la Tierra, el zorro que se dejó domesticar, y otras historias más en esos ocho días que tardó en reparar el avión.

El autor emplea metáforas que dan cuenta de las cosas que perdemos en el lento e inevitable proceso de volvernos adultos: la imaginación (cuando los adultos, mecanizados, en un dibujo solo ven un sombrero y no un elefante dentro de una serpiente), lo espiritual (cuando solo interesa saber cuánto gana una persona y sus posesiones materiales, o cuando únicamente importa registrar lo perenne como la montaña descartando la belleza y el aroma de las flores, tal y como hace el geógrafo), la modestia (cuando interesa ser admirado u obedecido en cualquier contexto o situación, como el vanidoso o el rey, respectivamente), la libertad (cuando solo interesa producir y producir sin descanso como el farolero, quien tiene como único propósito encender y apagar el farol) y la sobriedad (cuando solo interesa mantenerse adormecido y embotado para abstraerse de la realidad, como el bebedor). También aborda temas trascendentales como el amor, representada por su rosa única en el mundo, a quien el principito abandonó en su pequeño planeta, para luego caer en la cuenta de que es el tiempo invertido en las personas lo que las hace especiales; la amistad, por el zorro que se dejó domesticar (domesticar = crear lazos); y la soledad, cuando el aviador y el principito se preparan emocionalmente para la despedida. En consecuencia, todo aquello que resulta valioso de verdad, se resume en la siguiente frase: «lo esencial es invisible a los ojos».(1)
Aquí uno de los extractos más bellos que trata sobre la importancia de crear lazos:
– ¿Quién eres? –dijo el principito–. Eres muy lindo…
– Soy un zorro –dijo el zorro.
– Ven a jugar conmigo –le propuso el principito–. Estoy tan triste…
– No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.
– ¡Ah!, perdón –dijo el principito.
Pero, después de pensarlo un poco, agregó:
– ¿Qué quiere decir «domesticar»?
– Los hombres –dijo el zorro– tienen fusiles y nos cazan. ¡Es muy molesto! También crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Buscas gallinas?
– No, dijo el principito. Busco amigos. ¿Qué quiere decir «domesticar»?
– Es algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Significa «crear lazos…».
– ¿Crear lazos?
– Por supuesto –dijo el zorro–. Tú no eres para mí, todavía, más que un muchachito totalmente parecido a cien mil muchachitos. No te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Serás único en el mundo para mí. Seré único en el mundo para ti…
– Empiezo a entender –dijo el principito–. Hay una flor…creo que me ha domesticado.
– Es posible –dijo el zorro–. Se ven toda clase de cosas sobre la Tierra.
– ¡Oh! No es en la Tierra – dijo el principito.
(…)
Pero el zorro volvió a su idea:
– Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro un poco. Pero si tú me domesticas, será como si el sol se asomara a mi vida. Podré reconocer un ruido de pasos que será diferente a todos los demás. Los otros pasos me harán meterme otra vez bajo la tierra. Los tuyos me llamarán afuera de la tierra, como una música. ¡Y después, mira! ¿Ves, allá abajo, los campos de trigo? Yo no como trigo. Para mí, el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan a nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes los cabellos color de oro. ¡Entonces, cuando me hayas domesticado, será maravilloso! El trigo, que es dorado, me recordará a ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo…(2)
Resulta muy peculiar que el autor de una de las obras más traducidas en el mundo se considere un autor mediocre, como cuando afirmó lo siguiente: «[c]uando escribo, estoy persuadido de que es un buen libro. Cuando lo termino, estoy convencido de que no vale nada»(3). De esto también dan cuenta personas allegadas a él como su traductor, Lewis Galantière: «Este hombre, que escribía como un genio, estaba persuadido de que no sabía escribir. Le hacía falta, de manera constante, ser tranquilizado por sus amigos, sobre la calidad de lo que estaba en vías de componer»(4).

Cuando la segunda guerra mundial dio inicio, De Saint-Exupéry se propuso estar al frente de batalla, a como dé lugar, moviendo influencias, pese a su deplorable condición física que no lo hacían apto para el vuelo. León Werth –que es la persona a quien va dedicado El Principito– trató de persuadir a su amigo de que no vaya a la guerra y este le respondió que «sería “descortés” hacia sus compañeros echarse atrás en el momento en que ellos arriesgan su vida por un país que también es el suyo. Es una cuestión de honor»(5). Al final, el desenlace resulta fatal. Fue abatido por Horst Rippert, piloto alemán de la Luftwaffe, quien jamás hubiera disparado contra él si hubiera sabido que quien pilotaba la Lockheed Lightning P-38 era el autor de Vuelo Nocturno, personalidad que inspiró a muchos en la aviación(6).
Un error en el que caen ciertos lectores es catalogar a esta obra como literatura infantil, descartándola para el público adulto. Sin embargo, cualquier libro es disfrutable al margen de a qué sector comercial esté dirigido, siendo las únicas diferencias a tener en cuenta el abordaje, el cuidado y la complejidad de la trama. Incluso, ninguna temática se encuentra prohibida para el público infantil si es que el tratamiento que se le da es el adecuado. Como bien se señala en La flor más grande del mundo, palabras sencillas, claras y muy explicadas son las que se precisan para el público infantil(7).
Por último, quizás convenga dar una mirada atenta a estos libros denominados para niños, pues la sabiduría que encierran sea acaso más poderosa y aleccionadora que la de sus pares adultos, más serios. Si por alguna razón nos extraviamos y olvidamos que en su momento fuimos niños, este librito servirá para recordarnos lo que en verdad importa: que lo esencial siempre es invisible a los ojos.
Referencias bibliográficas:
DE SAINT-EXUPÉRY, Antoine, 2015: El principito. Buenos Aires: El gato de hojalata.
MORATA, Montse, 2017: Saint Exupéry, resuelto el misterio de su desaparición. Semanariouniversidad.com, 13 de septiembre. Recuperado de https://semanariouniversidad.com/suplementos/saint-exupery-resuelto-misterio-desaparicion/ (Consulta 23 de diciembre de 2018).
SARAMAGO, José, 2018: La flor más grande del mundo. Lima: Lumen.
TANASE, Virgil, 2015: Antoine de Saint-Exupéry. Buenos Aires: El Ateneo.
(1) (De Saint-Exupéry, 2015, p. 74).
(2) (De Saint-Exupéry, 2015, pp. 69-71).
(3) (Tanase, 2015, p. 159).
(4) (Tanase, 2015, p. 227).
(5) (Tanase, 2015, pp. 252-253).
(6) (Morata, 2017, parr. 7).
(7) (Saramago, 2018, s.p.).
